Análisis iconográfico de la portada románica: el Juicio Final
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Si la iglesia es todo un paradigma de los templos de peregrinación románicos, su portada lo es de la ideología románica.
Protegida por un profundo pórtico, nos muestra un completo Juicio Final de claros efectos moralizadores.
Composición y estructura
La composición general (como es habitual en el estilo) se encuentra regida por una fuerte estructura geométrica que divide las distintas escenas, creando una composición simétrica que combina las grandes franjas horizontales con lejanos recuerdos arquitectónicos, como las arquerías (abajo a la izquierda, que recuerdan la idea de la Jerusalén Celeste apocalíptica) o las formas de los frontones clásicos. En el centro de la escena nos aparece el Pantocrator, que abandona el libro para señalar (con la mano en alto) a los elegidos de su derecha (la izquierda del espectador) y a los condenados con la mano baja.
Se crea así un doble mundo de Paraíso vs Infierno, tan habitual en la ideología románica que funciona, según Sureda, como un efectivo control ideológico.
El Paraíso
La zona izquierda (según el espectador) está ocupada por los bienaventurados, que adoptan actitudes solemnes y tranquilas. Entre ellos se pueden distinguir:
- La Virgen
- La Magdalena
- San Pedro con sus llaves
- Santiago con su bordón
- Carlomagno coronado
- Abraham con dos almas en su seno
- La Déxtera Dei que señala a la Fe que se arrodilla ante Ella
- La resurrección de los muertos
El Infierno
Mucho más intenso es el infierno (también denominado Tártaro), donde los demonios se ocupan de castigar de múltiples maneras a los condenados que derivan de los sermones y los libros de visiones infernales que abundan en este final de la Alta Edad Media.
La Psicostasis
En el centro, bajo el Pantocrator, encontramos la habitual psicostasis (pesaje del alma), en donde el Arcángel San Gabriel y un demonio pugnan por un alma (como luego se repite en el registro inferior, con un demonio y un ángel mirándose fieramente a cada uno de los lados del mundo), un gesto típico de toda una concepción maniquea de raíces neoplatónicas (bien/mal) que sólo empezará a ser superada a través de la escolástica (o el mensaje franciscano) de la Baja Edad Media.