Descartes, Hume, Agustín, Ockham: Ideas Clave del Pensamiento Filosófico

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Conceptos relacionados con Descartes (Racionalismo)

Duda metódica

René Descartes, en el siglo XVII, desarrolló la duda metódica como un procedimiento filosófico para alcanzar la certeza descartando cualquier conocimiento que pudiera ser falso. En su Discurso del Método (1637) y Meditaciones Metafísicas (1641), plantea que debemos dudar de los sentidos, ya que pueden engañarnos; de la distinción entre sueño y vigilia, porque los sueños pueden parecer reales; y hasta de las verdades matemáticas, imaginando que un “genio maligno” podría engañarnos. Sin embargo, encuentra una verdad indudable: si duda, entonces está pensando, y si piensa, existe. Así nace su principio cogito, ergo sum (“Pienso, luego existo”), base del racionalismo. Su método influyó en la filosofía moderna, la epistemología y la ciencia, promoviendo el uso de la razón como fundamento del conocimiento.

Cogito, ergo sum

“Pienso, luego existo” es el principio fundamental del racionalismo cartesiano. Descartes, tras dudar de todo, descubre que el acto de dudar implica pensamiento, y el pensamiento prueba su existencia. Aunque el mundo exterior podría ser una ilusión, la certeza de que está pensando es incuestionable. Este principio establece el pensamiento como el punto de partida del conocimiento y la filosofía moderna. A partir de él, Descartes reconstruye su sistema filosófico, demostrando la existencia de Dios como garante de la verdad y diferenciando la mente del cuerpo. Su cogito también influyó en Kant y en la fenomenología, estableciendo la subjetividad como el fundamento del conocimiento y la identidad.

Sustancia

Para Descartes, la sustancia es aquello que existe por sí mismo sin depender de otra cosa. En su sistema filosófico, distingue entre la res cogitans (sustancia pensante) y la res extensa (sustancia material). La res cogitans corresponde a la mente o alma, cuyo atributo fundamental es el pensamiento. La res extensa es el mundo material, caracterizado por su ocupación del espacio y su sujeción a leyes mecánicas. Su dualismo cartesiano plantea el problema de la interacción entre mente y cuerpo, que él ubica en la glándula pineal. Esta distinción influyó en la filosofía posterior, la neurociencia y la psicología, generando debates sobre la naturaleza de la conciencia y su relación con el mundo físico.

Ideas innatas

Descartes defiende que existen ideas que no provienen de la experiencia, sino que están en la mente desde el nacimiento. Ejemplos de estas ideas innatas son las verdades matemáticas, la noción de infinito y la idea de Dios. Para él, estas ideas garantizan un conocimiento verdadero, ya que no dependen de los sentidos, los cuales pueden engañarnos. Su teoría se opone al empirismo de Hume y Locke, quienes sostenían que la mente es una tabula rasa (una hoja en blanco) que se llena con la experiencia. Las ideas innatas fueron clave en la defensa del racionalismo y marcaron la diferencia entre el conocimiento a priori (independiente de la experiencia) y a posteriori (derivado de ella).

Mecanicismo

Descartes concibe el mundo como un sistema mecánico regido por leyes matemáticas. En su obra Tratado del Hombre, explica que los cuerpos, incluidos los humanos, funcionan como máquinas complejas sin necesidad de intervención divina constante. La naturaleza opera mediante causas y efectos, como un reloj diseñado por Dios pero que funciona por sí solo. Esta visión mecanicista influyó en la ciencia moderna, especialmente en la física de Newton. Sin embargo, el mecanicismo cartesiano generó debates sobre la naturaleza de la mente y la conciencia, ya que su dualismo sostenía que el pensamiento no podía explicarse en términos puramente mecánicos, lo que llevó a la pregunta sobre cómo interactúan mente y cuerpo.

Dualismo cartesiano

El dualismo cartesiano es la teoría filosófica que distingue dos tipos de sustancias: la res cogitans (mente o alma) y la res extensa (cuerpo o materia). La mente es inmaterial y responsable del pensamiento, mientras que el cuerpo es físico y está sujeto a leyes mecánicas. Este dualismo plantea el problema de la interacción mente-cuerpo: ¿cómo puede una sustancia inmaterial afectar a una material? Descartes sugirió que la glándula pineal en el cerebro servía como punto de conexión. Su teoría influyó en la filosofía de la mente y en el debate sobre la conciencia, dando origen a posturas como el materialismo (que niega la sustancia mental) y el idealismo (que prioriza la mente sobre la materia).

Conceptos relacionados con Hume (Empirismo y Escepticismo)

Impresión e idea

David Hume, en su Tratado sobre la naturaleza humana (1739), distingue entre impresiones e ideas. Las impresiones son percepciones vivas e inmediatas, como el dolor, el color rojo o el sonido de la lluvia. Las ideas, en cambio, son copias debilitadas de estas impresiones, como el recuerdo de un color o la imagen mental de una melodía. Para Hume, todo conocimiento deriva de la experiencia, lo que refuta la existencia de ideas innatas defendida por Descartes. Esta distinción fundamenta su empirismo y su escepticismo sobre la posibilidad de conocer verdades absolutas, influyendo en la filosofía posterior, como el positivismo y la fenomenología.

Principio de asociación

Según Hume, la mente no genera ideas de manera aleatoria, sino que las conecta mediante tres principios: semejanza (relacionamos ideas similares, como dos caras parecidas), contigüidad (asociamos ideas cercanas en el tiempo y el espacio, como un relámpago y el trueno) y causalidad (esperamos que ciertos eventos produzcan otros, como el fuego que calienta). Sin embargo, Hume niega que estas conexiones sean verdades absolutas; más bien, son hábitos mentales adquiridos por la experiencia. Su teoría influyó en la psicología y la epistemología, especialmente en el estudio del aprendizaje y la percepción de patrones.

Escepticismo moderado

Hume sostiene que el conocimiento absoluto es inalcanzable, especialmente en temas como la causalidad o la existencia del yo. Aunque la ciencia y la vida cotidiana dependen de la suposición de que ciertos eventos se repiten regularmente, esta suposición no puede justificarse lógicamente. Sin embargo, su escepticismo no es total: acepta que, aunque no podamos demostrar con certeza la causalidad, podemos actuar basándonos en la experiencia y la probabilidad. Este escepticismo moderado influyó en Kant, quien intentó superar las limitaciones planteadas por Hume con su filosofía trascendental.

Negación de la causalidad

Hume argumenta que la relación causa-efecto no es una verdad objetiva, sino un hábito mental. No podemos observar una conexión necesaria entre dos eventos, solo su repetición. Por ejemplo, cuando vemos una bola de billar chocar con otra, inferimos que la primera causa el movimiento de la segunda, pero solo porque hemos visto ese patrón muchas veces antes. No hay garantía lógica de que siempre ocurra. Esta crítica a la causalidad desafió la metafísica tradicional y llevó a Kant a replantear la naturaleza del conocimiento y la relación entre la mente y la realidad.

Crítica del yo

Hume sostiene que no existe un “yo” estable e inmutable, sino solo una colección de percepciones en constante cambio. Cuando intentamos introspeccionarnos, solo encontramos pensamientos, emociones y sensaciones momentáneas, pero nunca un “yo” permanente. Su crítica al concepto del yo influyó en la psicología y la filosofía contemporáneas, desafiando las nociones tradicionales de identidad personal y continuidad del ser.

Conocimiento a posteriori

Hume defiende que todo conocimiento proviene de la experiencia (a posteriori), rechazando la existencia de ideas innatas y conocimientos independientes de la experiencia (a priori). Esta postura empírica se opone al racionalismo cartesiano y sienta las bases del positivismo y la epistemología moderna.

Conceptos relacionados con Agustín de Hipona

Iluminación divina

San Agustín sostiene que el conocimiento verdadero no se alcanza solo mediante la razón humana, sino que requiere la iluminación de Dios. Inspirado en el platonismo y el neoplatonismo de Plotino, argumenta que las verdades eternas no pueden encontrarse en el mundo sensible, pues este es mutable y engañoso. En su lugar, Dios ilumina el alma y le permite reconocer estas verdades absolutas. Este concepto de iluminación divina es una respuesta cristiana a la teoría platónica de las Ideas y establece un puente entre fe y razón. Para Agustín, conocer es recordar lo que Dios ha impreso en nuestra alma, una visión que influyó en la escolástica medieval y en pensadores como Tomás de Aquino.

Fe y razón

Para Agustín de Hipona, la fe y la razón no son opuestas, sino complementarias. Su famosa frase “Comprende para creer, cree para comprender” expresa que la razón es necesaria para entender la fe, pero la fe es esencial para alcanzar el conocimiento de Dios. Agustín considera que la razón, por sí sola, no puede explicar los misterios divinos, pero tampoco se debe creer ciegamente sin reflexión. Su pensamiento influyó en la filosofía medieval y en la relación entre teología y filosofía, destacando que la fe guía la razón y la razón prepara el alma para la fe. Esta postura fue adoptada y desarrollada por la escolástica, especialmente por Tomás de Aquino.

Ciudad de Dios

En su obra La Ciudad de Dios, Agustín desarrolla una visión teológica de la historia basada en la lucha entre dos ciudades: la Ciudad de Dios, representada por los fieles que viven según los principios divinos, y la Ciudad Terrenal, formada por quienes siguen sus propios deseos y buscan el poder y la gloria mundanos. Escrito tras el saqueo de Roma en 410 d.C., el libro refuta la idea de que el cristianismo debilitó el Imperio Romano y argumenta que solo la Ciudad de Dios es eterna. Su visión influyó en la teología política medieval y en el pensamiento sobre la relación entre la Iglesia y el Estado.

Libre albedrío

Agustín sostiene que Dios creó al ser humano con libre albedrío, es decir, la capacidad de elegir entre el bien y el mal. Sin embargo, debido al pecado original, la voluntad humana se inclina hacia el mal, y solo la gracia divina puede restaurarla. Rechaza el determinismo de los maniqueos, que veían el mal como una fuerza autónoma, y argumenta que el mal es simplemente la ausencia de bien. Su reflexión sobre el libre albedrío influyó en el debate teológico sobre la predestinación y la responsabilidad moral, anticipando las discusiones que tendrían Lutero y Calvino en la Reforma Protestante.

Tiempo

En Las Confesiones, Agustín desarrolla una concepción subjetiva del tiempo. Argumenta que el pasado ya no existe, el futuro aún no ha llegado y solo el presente es real. Sin embargo, el presente es fugaz, por lo que la percepción del tiempo se basa en la memoria (pasado), la expectativa (futuro) y la atención (presente). Para él, el tiempo solo existe en la mente humana, y Dios, al ser eterno, está fuera del tiempo. Esta visión influyó en la filosofía posterior, especialmente en Kant y en teorías modernas sobre la naturaleza del tiempo y la conciencia.

Conceptos relacionados con Guillermo de Ockham

Nominalismo

Ockham rechaza la existencia real de los universales (conceptos como “humanidad” o “belleza”) y sostiene que solo existen individuos concretos. Los universales son meros nombres (nomina) que utilizamos para referirnos a grupos de objetos similares, pero no tienen una existencia independiente. Esta postura se opone al realismo de Tomás de Aquino y Aristóteles, quienes afirmaban que los universales tenían una existencia propia. Su nominalismo debilitó la metafísica escolástica y allanó el camino para el empirismo y la ciencia moderna, al centrar el conocimiento en la observación de los individuos en lugar de en abstracciones filosóficas.

Navaja de Ockham

Este principio sostiene que, ante varias explicaciones posibles, la más sencilla es la mejor. Ockham aplicó este criterio en filosofía y teología, argumentando que no debemos multiplicar entidades innecesariamente. En términos prácticos, significa que no debemos suponer la existencia de algo si no hay evidencia clara de ello. Por ejemplo, rechazó las pruebas racionales de la existencia de Dios, afirmando que la fe debe aceptarse sin demostraciones filosóficas. Su principio influyó en el desarrollo del método científico, fomentando explicaciones más simples y basadas en la observación.

Voluntarismo divino

Ockham defiende que la voluntad de Dios es superior a la razón humana y que no está limitada por ninguna ley lógica o moral. Esto significa que lo que es bueno o malo depende de la voluntad divina y no de principios universales racionales. Se opone así a Tomás de Aquino, quien creía que Dios actúa conforme a un orden racional. Su visión influyó en la teología medieval y en el pensamiento de la Reforma Protestante, ya que enfatiza la libertad absoluta de Dios y la necesidad de aceptar la fe sin intentar racionalizarla.

Escepticismo

Ockham defiende una postura escéptica en relación con la capacidad de la razón para alcanzar verdades absolutas. Influenciado por el nominalismo, argumenta que solo podemos conocer los individuos concretos percibidos por los sentidos, mientras que los conceptos universales y las verdades metafísicas carecen de existencia real. Esto lo lleva a negar la posibilidad de demostrar racionalmente la existencia de Dios o la causalidad. Su escepticismo anticipa el empirismo de Hume, quien sostiene que nuestro conocimiento se basa únicamente en impresiones sensibles y que las ideas de causa y sustancia no son más que hábitos mentales. Así, Ockham contribuye a la progresiva separación entre fe y razón y al desarrollo del pensamiento moderno.

Racionalismo

Aunque Ockham no es un racionalista en el sentido cartesiano, reconoce la importancia de la razón en la organización del conocimiento. Sin embargo, se opone a la idea de que la razón pueda acceder a verdades inmutables sin recurrir a la experiencia. Esta postura contrasta con el racionalismo de Descartes, que defiende la existencia de ideas innatas y la autosuficiencia de la razón para alcanzar certezas absolutas. Ockham representa una transición entre la escolástica medieval y la modernidad filosófica, al limitar la razón a cuestiones empíricas y rechazar los argumentos metafísicos tradicionales.

Empirismo

Ockham es un precursor del empirismo al sostener que todo conocimiento proviene de la experiencia. Niega la existencia de ideas innatas y argumenta que solo podemos conocer lo que percibimos sensorialmente. Su postura se opone al racionalismo cartesiano y anticipa la filosofía de Locke y Hume. Al enfatizar la observación y la percepción como bases del conocimiento, influye en el desarrollo del método científico moderno. Además, su principio de economía explicativa, conocido como la Navaja de Ockham, se convierte en una regla fundamental para la ciencia empírica, favoreciendo las teorías más simples y eliminando hipótesis innecesarias.

Sustancia

Siguiendo la tradición aristotélica, la sustancia es aquello que existe por sí mismo y no necesita de otro para subsistir. Descartes distingue entre dos tipos de sustancias: la pensante (res cogitans), que es el alma o la mente, y la extensa (res extensa), que es la materia. Ockham, en cambio, reduce la sustancia a individuos concretos, negando la existencia de universales independientes. Su postura nominalista sostiene que los conceptos como "humanidad" o "animalidad" son meras etiquetas lingüísticas sin realidad objetiva. Esta visión influye en la crítica posterior a la metafísica y en el desarrollo de la epistemología moderna.

Causalidad

Ockham, al igual que Hume, rechaza la idea de que la causalidad sea una conexión necesaria entre eventos. Solo percibimos la sucesión de hechos, pero no podemos demostrar que uno cause al otro de manera objetiva. Hume profundizará esta crítica al afirmar que la noción de causa y efecto es un hábito mental basado en la repetición de experiencias pasadas, no una propiedad intrínseca de la realidad. Con esta postura, tanto Ockham como Hume desafían la metafísica aristotélica y promueven una comprensión del conocimiento basada en la experiencia y la observación empírica.

Conocimiento a posteriori / a priori

El conocimiento a posteriori se obtiene a través de la experiencia, mientras que el a priori es independiente de ella. Descartes defendió el conocimiento a priori, mientras que Ockham, siguiendo su enfoque empirista, sostiene que todo conocimiento válido debe provenir de la experiencia. Esta distinción sigue siendo fundamental en la epistemología contemporánea.

El contrato social

El contrato social es una teoría política desarrollada entre los siglos XVII y XVIII que sostiene que la sociedad se forma a través de un pacto voluntario entre individuos. Según esta idea, los seres humanos, que originalmente vivían en un estado de naturaleza, acuerdan someterse a reglas comunes y delegar parte de su libertad en una autoridad a cambio de seguridad y orden. Diferentes filósofos formularon versiones del contrato social: Hobbes justificó el poder absoluto del soberano para evitar el "estado de guerra de todos contra todos". Locke defendió un pacto para garantizar la protección de los derechos naturales (vida, libertad y propiedad), con una separación de poderes. Rousseau, en cambio, argumentó que el contrato social debía basarse en la "voluntad general", donde el pueblo es soberano y busca el bien común.

El contractualismo

El contractualismo es una teoría política que sostiene que la sociedad y el Estado surgen a partir de un pacto racional entre individuos, quienes acuerdan vivir bajo ciertas reglas para garantizar la convivencia y la protección mutua. Frente a la idea medieval de que la sociedad es un orden natural, el contractualismo plantea que el Estado es una creación artificial resultado de un contrato social. Autores como Hobbes, Locke y Rousseau ofrecieron diferentes versiones: Hobbes defendió un pacto de sumisión en el que los individuos ceden todos sus derechos a un soberano absoluto para evitar el caos del "estado de naturaleza", donde la vida sería "solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta". Locke propuso un contrato basado en la protección de derechos naturales (vida, libertad y propiedad), con un gobierno limitado y la posibilidad de revocarlo si no cumple su función. Rousseau planteó un pacto de asociación, en el que la soberanía reside en la voluntad general, buscando el bien común y rechazando la desigualdad social.

El problema de los universales

El problema de los universales es una cuestión central de la filosofía medieval que trata sobre la existencia de las ideas universales, como "mesa", "árbol" o "ser humano". Se debate si estos conceptos existen por sí mismos o solo en la mente. Boecio, siguiendo a Aristóteles, argumentó que no pueden existir separados de las cosas sensibles, aunque en ocasiones se acercó al platonismo, sosteniendo que poseen existencia trascendente en un mundo inteligible. Filósofos como Guillermo de Champeaux defendieron que los universales existen en la realidad, mientras que Roscelino de Compiègne los consideró meros nombres sin referente real. Ockham sostuvo una postura conceptualista, afirmando que solo existen en la mente.

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