Diego Velázquez: Análisis de su Obra y Estilo Artístico
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Introducción
Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, conocido como Diego de Silva, nació en Sevilla en 1599. Con doce años, comenzó su formación en el estudio del pintor sevillano Francisco Pacheco, quien reconoció su talento innato. Tras un primer intento en 1622, Velázquez ingresó en la corte en 1623, donde se convirtió en pintor de cámara del rey Felipe IV tras el éxito de su primer retrato del monarca. Además de sus labores como pintor, estuvo a cargo de las colecciones reales, lo que le permitió estudiar las obras de grandes pintores, especialmente venecianos, y de Rubens, a quien conoció en 1628. Velázquez viajó a Italia en 1629 y 1648, donde conoció importantes obras artísticas y a algunos de sus autores, incluyendo al Papa Inocencio X, a quien retrató. En 1658, Felipe IV le otorgó el hábito de la Orden de Santiago. Falleció en 1660.
Etapa Sevillana
Velázquez es un exponente del naturalismo barroco. Sin embargo, a diferencia de otros artistas barrocos, no se centra en la tragedia o el realismo extremo. Retrataba con la misma dignidad a un mendigo deforme que al rey, y sus escenas mitológicas tienen una cercanía a lo cotidiano.
En sus inicios, Velázquez empleó el tenebrismo, con una paleta oscura y pinceladas gruesas que daban a su pintura un sentido escultórico. Tras conocer las obras de los venecianos y de Rubens, su paleta se aclaró y su pincelada se volvió más suelta, buscando el efecto del color y la luz. Este cambio culminó en obras como Las Meninas y el Paisaje de la Villa Médicis, donde la forma se crea con pinceladas que, vistas de cerca, parecen inconexas, pero a distancia crean una impresión de realidad, anticipándose al impresionismo.
Los años sevillanos de Velázquez se caracterizan por su lucha con el natural y la luz. En sus bodegones, de composición sencilla, la luz es violenta, con influencia tenebrista, y el colorido oscuro. Algunas obras de esta etapa son: Vieja friendo huevos, Cristo en casa de Marta y María, y El aguador de Sevilla.
Etapa en la Corte
Entre 1623 y 1629, su estilo comenzó a transformarse. Realizó retratos de la familia real, pinturas mitológicas e históricas, e inició su serie de bufones.
El cortejo de Baco o Los borrachos
En esta obra mitológica, Velázquez evita la representación tradicional aparatosa y la acerca a lo cotidiano. El cortejo del dios Baco se convierte en un grupo de borrachos. Solo Baco, con influencia de Caravaggio, se representa según los cánones clásicos. La iluminación es tenebrista y el colorido oscuro.
La fragua de Vulcano
En esta obra, Velázquez se centra en la reacción de Vulcano al descubrir la infidelidad de Venus. El tenebrismo desaparece y la perspectiva aérea cobra importancia. Velázquez demuestra sus conocimientos anatómicos.
Obras para el Salón de Reinos
Velázquez pintó La rendición de Breda y retratos de la familia real para el Salón de Reinos. En La rendición de Breda, la escena se presenta con un tono afable y caballeresco. El escorzo del caballo en primer plano es un elemento barroco. El colorido evoluciona hacia tonos plateados y el fondo es de gran belleza. En sus retratos de bufones, Velázquez los representa con la misma dignidad que al monarca.
Segunda Estancia en Italia
La Venus del Espejo
En esta obra maestra, Velázquez pinta su único desnudo femenino. Venus se presenta de espaldas, contemplando su rostro en un espejo que sostiene Cupido. El rostro reflejado no se corresponde con la belleza del cuerpo. Cupido, con las manos atadas, simboliza la ligadura del amor con la belleza.
Retrato del Papa Inocencio X
Este retrato muestra la técnica suelta y decidida de Velázquez, y su habilidad para representar la psicología del retratado.
Las Hilanderas
Bajo la apariencia de un taller de tapices, Velázquez representa la fábula de Aracne. En el fondo, Minerva castiga a Aracne. En primer plano, dos obreras, cuyas poses se inspiran en la Capilla Sixtina de Miguel Ángel, observan la escena. Destaca el tratamiento de la luz, la perspectiva aérea y la representación de la rueca en movimiento.