Edipo Rey: Desentrañando el Enigma del Destino
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El Peso del Destino y la Búsqueda de la Verdad
Yocasta: ¿De qué sirve, esposo, agravar los males con quejas? Considero esto mismo propio de un rey: aceptar lo adverso, también cuanto más dudosa sea su situación y la mole del imperio amenace ruina de caer, tanto más el estar con paso certero, fuerte, con más precisión. No es viril dar la espalda a la Fortuna.
Edipo: Lejos está el crimen del pavor, y lejos el oprobio, y mi valor no conoce miedos cobardes, si las armas/dardos estrechos contra mí, si la terrible violencia de Marte se precepitara contra mí, llevaría, audaz, mis manos al encuentro contra los feroces Gigantes. Ni ante la Esfinge, que enredaba sus palabras en ciegas maneras/oscuros enigmas, huí. Soporté la boca ensangrentada de la infame profetisa y el suelo que blanqueaba por los huesos esparcidos y, cuando desde lo alto de la roca, ya inminente para su presa, preparaba sus alas moviendo los ataques también de su cola, a la costumbre/manera de un cruel león, contenía sus amenazas, le pedí el enigma: sonó horrible desde arriba, rechinaron sus mandíbulas e impaciente removió las piedras con sus uñas, expectante de la espera a mis entrañas. Las enrevesadas palabras del enigma y los engaños entrelazados y el funesto enigma de la fiera alada lo resolví yo. ¿Por qué, demente, haces ahora que es tarde votos de muerte? Estuvo permitido morir. Este cetro es el precio de tu hazaña, se le ha dado esta ganancia de la muerte de la Esfinge. Aquella, aquella terrible ceniza del astuto monstruo se levanta en guerra contra mí, aquella peste destruida ahora pierde a Tebas. Una única salvación queda ya, que Febo muestre algún camino de salvación. Me estremezco por el horror, temiendo hacia dónde inclinen los hados y vacila mi pecho tembloroso por una doble angustia, cuando las cosas alegres yacen mezcladas de sufrimiento de forma ambigua, el alma insegura, aunque desea saber, teme. Hermano de mi esposa, si es que traes un auxilio para los agotados, dilo con voz rápida.
El Oráculo de Delfos y la Revelación del Asesinato
Creonte: La respuesta yace oblicua en un dudoso oráculo.
Edipo: Quien da a los afligidos una salvación dudosa lo niega.
Creonte: El dios de Delfos tiene la costumbre de encubrir sus misterios con retorcidos rodeos.
Edipo: Habla, está permitido que haya algo dudoso. Sólo a Edipo se le ha concedido conocer lo ambiguo.
Creonte: El dios ordena que se expíe con el destierro la muerte del rey y que se castigue el asesinato de Layo. Antes no recorrerá el cielo el día claro ni se le dará al aire puro inspiraciones seguras.
Edipo: ¿Y quién fue el asesino del ilustre rey? Señala a quien recuerda Febo, para que pague su castigo.
Creonte: Ruego que sea seguro decir cosas horribles de ver y de escuchar, el estupor penetra a través de mis miembros, mi sangre se me junta fría. Cuando entré con suplicante pie en el sagrado templo de Febo y bajé según el rito mis piadosas manos, rogando a la divinidad, la doble cime del nevado Parnaso dio un terrible bramido, tembló el amenazante laurel de Febo y sacudió la casa y de repente se detuvo el agua santa de la fuente Castalia. Comienza la profetisa de Leto a esparcir su erizados cabellos y a estremecerse poseída por Febo, todavía no alcanzó la caverna estalla con gran estruendo una voz sobrehumana: ''Los cielos apacibles volverán a la Tebas de Cadmo, si huyendo abandonas, extranjero, la fuente Dirce del Ísmeno, culpable de la muerte del rey y conocido por Febo incluso de niño y no permanecerán para ti mucho tiempo los gozos de la muerte criminal. Harás contigo mismo la guerra, también a tus hijos les dejarás la guerra, vergonzoso, habiendo vuelto por segunda vez al seno materno.
La Búsqueda de Justicia y la Profecía Inminente
Edipo: Lo que me preparo a hacer por consejo de los mandatos celestiales fue conveniente ofrecérselo a las cenizas del rey difunto por esto, para que nadie violara con engaño el santo cetro. La salvación de los reyes debe ser vigilada sobre todo por el rey, nadie lamenta la muerte de quien temía estando vivo.
Creonte: La preocupación del asesinado la ahuyentó un temor mayor.
Edipo: ¿Algún miedo obstaculizó/prohibió el deber piadoso?
Creonte: Prohiben las tristes amenazas la nefanda profecía.