Evolución del teatro de Buero Vallejo
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Drama histórico
La segunda etapa de la evolución dramática de Buero Vallejo se inicia en 1958 con Un soñador para el pueblo, recreación de un episodio histórico, el motín de Esquilache, ocurrido en 1766 durante el reinado de Carlos III, que nos muestra el fracaso de los ilustrados en su intento de modernizar España. Pertenece a esta etapa Las Meninas (1960), protagonizada por Velázquez, que aparece como un defensor de la libertad acosado por intrigas palaciegas; El concierto de San Ovidio (1962), uno de los mejores dramas de Buero Vallejo, que, ambientado en el París anterior a la Revolución Francesa, denuncia la instrumentalización del ser humano; y El tragaluz (1967), obra en la que dos investigadores del futuro proponen al espectador volver al pasado para conocer el drama de una familia marcada por una tragedia sucedida durante la Guerra Civil.
Innovaciones temáticas y formales
Crítica social que se lleva a cabo mediante la recreación de episodios históricos a través de los cuales se pretende trasladar al pasado un problema del presente que no se puede abordar abiertamente por la censura.
Empleo de escenarios simultáneos: el espacio escénico incluye la representación de varios lugares diferentes.
Aparición del personaje narrador, que actúa como mediador entre la historia y el público, interrumpe la acción y comenta los acontecimientos.
Abandono de la organización tradicional de la trama, que ahora aparece fragmentada en distintos cuadros, y ruptura de la presentación lineal de los acontecimientos.
Teatro experimental
Es la etapa más heterogénea, incluye dramas en los que acomete el tema de la tortura por motivos políticos, la degradación humana y la responsabilidad colectiva como La doble historia del doctor Valmy (1968); Llegada de los dioses (1971) y La fundación (1974). En las obras de esta etapa, la acción dramática llega al espectador a través de la visión subjetiva de uno de los personajes: es lo que se ha llamado el efecto de inmersión, que se consigue a través de recursos lumínicos y de tramoya.
Continúa con las técnicas dramáticas de la etapa anterior (fragmentación de la acción en cuadros, ruptura del desarrollo cronológico…) pero se intensifica la experimentación formal.
En La fundación (1973), el espectador percibe los hechos desde los ojos de Tomás, un perturbado, que cree estar investigando en una fundación. La escena va cambiando conforme Tomás va tomando conciencia de la verdad y lo que al principio era una confortable habitación de hotel acaba convirtiéndose en un fría celda, en la que varios personajes esperan el cumplimiento de su condena a muerte.
Con la llegada de la democracia, los dramas de Buero se vuelven más directos en su lenguaje y más concretos en la ambientación espacio-temporal, pero pierden en intensidad dramática como ocurre en Jueces en la noche (1979).