Fe y Razón en las confesiones de San Agustín como camino para llegar al conocimiento de Dios.
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Fe y Razón en las confesiones de San Agustín como camino para llegar al conocimiento de Dios.
Autor: Robinson García, L.C
Roma 4 de junio de 2012
Contenido
Introducción. 3
CAPÍTULO I. La felicidad como fruto de la Verdad. 5
1. Fe y razón en el itinerario de San Agustín. ………5
2. Despierta un gran deseo de ser feliz. 7
3. La adolescencia un encaminarse a buscar su felicidad. 8
CAPÍTULO II. La razón como camino para el conocimiento de la verdad. 10
1. Transformación radical10
2. Decepción de los maniqueos. 11
CAPÍTULO III. La Fe y la Razón: Dos fuerzas para llegar a la verdad. 12
Conclusión. 13
Bibliografía
Introducción
Desde el siglo II en que el Cristianismo se encuentra cara a cara con la cultura griega, aportando cada uno lo mejor de sí al otro, comienza una etapa transcendental no sólo para la historia de la filosofía y la ciencia, sino para toda la humanidad ya que se presenta la posibilidad de unir la fe y la razón en la búsqueda de la verdad que en san Agustín es Dios, para que se conviertan en las dos alas que llevan al hombre a la contemplación de la verdad, el ipsum esse subsiste de Santo Tomás, que tanto inquieta el corazón del hombre y al cual tiende: «quiafecistinosadteetinquietumestcor nostrum,donecrequiescatinTe»[1].
Esta unión entre la filosofía griega y el Cristianismo ha sido causa de muchos tratados, estudios, discusiones. Cuyo fin es llegar a un acuerdo, o quizás al utópico deseo de separar estas alas que sin duda cerrarían el horizonte espiritual e intelectual del hombre, privándolo de un conocimiento profundo de la verdad.
El Credo quia absurdum (credo porque es absurdo) de Tertuliano se encuentra con el escándalo del Cristianismo que efectivamente presenta, a luz de la mera razón, una verdad absurda y difícil de creer; pero que con los ojos de la fe se puede convertir en certeza, en una verdad inamovible. Esta predicación rompía los esquemas antiguos presentando la razón como medio de llegar a la verdad, iluminada por la fe que le permite traspasar aquellas barreras que la razón por si sola no puede.
San Agustín atraviesa un período difícil espiritualmente en el que cree que tiene todo para ser feliz pero en realidad no tiene nada, hasta el punto de llegar a sentir en su alma un vacío que trata de llenar en muchas partes y creaturas pero que al final lo dejaban más vacío. De esta búsqueda de la verdad es donde se presenta el problema: ¿La fe o la razón?, y San Agustín mismo responderá: Credo ut intellegam, et intellego ut credam, pues lo importante para él es explicar al relación entre el alma humana y Dios, entonces fe y razón se convierten en medios que se exigen mutuamente para encontrar la verdad.
Las dos afirmaciones de Agustín exprimen con eficacia y profundidad la síntesis del problema, en el cual iglesia Católica ve expreso el propio camino; pues esta armonía significa que Dios no es lejano, ni de nuestra razón, ni de nuestra vida, es cercano a todo ser humano y cercano a nuestro corazón e a nuestra razón que nos ayuda a encontrarlo.[2]
En el hombre cristiano no funcionan aisladamente la fe y la razón, sino en íntima y fecunda compenetración sin confundirse pero sin separarse, una vez alcanzada la plenitud de la verdad en la fe cristiana. Para el, la insuficiencia de la filosofía encuentra su complemento en la plenitud de la verdad descubierta por la fe. Por tanto no se da el funcionamiento autónomo de la razón.
Para San Agustín su fe es el término alcanzado al cabo de una larga investigación a través de sus aventuras racionales por los campos de diversas filosofías. De esta manera, fe y razón, intrínsecamente combinadas y compenetradas, sin anularse ni excluirse, colaboran estrechamente en las etapas de un proceso intelectual, que desembocan en el Amor. Intellego ut credam. Credo ut intellegam. Esto es: primero la inteligencia nos prepara para la fe, y después la fe dirige e ilumina la inteligencia: Y finalmente, la inteligencia, iluminada por la fe, desembocan juntas en el amor, es decir, en la Verdad, que para san Agustín es Dios del cual recibimos la felicidad completa. Así pues, el proceso completo será: del entender al creer, del creer al entender, y del creer y del entender al amor y a la contemplación de Verdad y la posesión de la felicidad.
CAPÍTULO I. La felicidad como fruto de la Verdad
1. Fe y razón en el itinerario de San Agustín
En el libro de las Confesiones, se puede decir que es Dios el autor de la obra ya que San Agustín lo pone como el protagonista principal y como la fuente[3] de donde brotan todas las demás gracias, pues de hecho es del ipsum esse subsistens de Santo Tomás, de donde los demás seres de modo análogo reciben el ser.
San Agustín siempre tuvo fija una meta: La felicidad y para llegar a ella, necesitará un inicio (el deseo de felicidad), un caminar (fe y razón), y una meta (la felicidad en la contemplación de Dios) la cual la alcanzará en la eternidad, pues el hombre imperfecto en el tiempo tiene que actuar para comenzar la búsqueda, pero es consciente de que no alcanzará su plenitud en el tiempo porque por aquello que desea, la Felicidad en la Verdad (Dios), es la perfección misma y la fuente de esta felicidad es eterna.
San Agustín no ha vivido la fe y la razón como términos de exclusión recíprocas, pues está convencido de su mutua colaboración y de que ambas se pueden entretejer con miras al mismo fin, y como se puede unir, entonces la razón humana no es corruptora como antes había sostenido Tertuliano Credo quia absurdum sino que ambas, en el hombre se convierten en esos instrumentos necesarios para llegar al conocimiento de la verdad. San Agustín afirma que sólo el que tiene la fe puede entender hasta el final pero paradoxalmente, pues la razón también complementa la fe, la ilumina en la búsqueda de la verdad.
El itinerario que San Agustín recorre en su vida desde su infancia hasta su conversión en Milán, en un inicio aparecen la fe y la razón separadas pero ambas caminando entre sí en su alma y descubrir la importancia de estas dos fuerzas[4], que llevan al hombre al conocimiento de la verdad.[5]
Por eso la fe y la razón no se presentan sólo como un problema antiguo, sino también actual de cuya solución depende la dirección del pensamiento humano, es una exigencia porque se trata de pasar de dos extremos: fideísmo, que desprecia la razón; y del racionalismo que rechaza la fe. Así San Agustín trata de conciliar ambas dando a cada una un valor justo o un primado. La fe como la fuerza inexpugnablepara la defensa de todos, particularmente de los débiles, contra el error.[6] La vía breve que permite conocer rápido,con seguridad y sin error las verdades que conducen al hombre a la sabiduría[7]
La razón la presenta como compañera de la razón, siendo la razón la que muestra a la fe a quien se debe creer[8] pues la fe que no es pensada no es fe.[9]
Cada una de esas fuerzas tiene un primado: temporal la fe y absoluto la razón. “Por importancia viene primero la razón, en orden de tiempo la autoridad de la fe”[10] pues la fe para ser segura necesita la autoridad divina y esta autoridad es la de Cristo.
Para poder entender bien la fe y la razón en san Agustín es necesario ir a las raíces, es decir a los primeros años de Agustín, desde donde ha comenzado a mostrar esa inquietud de su corazón que lo lleva a buscar, con todo su ser y no sólo con su inteligencia, algo que al inicio no sabe que es, sólo sabe que le proporcionará la felicidad, y que solamente después de algunos años reconocerá que esa verdad que buscaba era Dios y se quejará consigo mismo por su tardanza: “Sero te amavi, pulchritudo tam antiqua et tam nova, sero te amavi…” [11]
Después de mucha búsqueda en distintos lugares y criaturas descubre por fin las dos alas, como las denominó Juan Pablo II, necesarias para llegar a aquella verdad eterna, que en las confesiones es presentada como el Dios revelado por la fe y que la razón puede ayudar a comprender mejor
2. Despierta un gran deseo de ser feliz
San Agustín nace en Tagaste en el año 354, de madre cristiana, Mónica; y padre Pagano, Patricio, pero que luego recibe la gracia del bautismo. Reciba una formación Cristiana, pero el bautismo lo recibió más adelante durante una grave enfermedad que estuvo a punto de acabar con su vida.
Desde su infancia, despierta en Agustín un enorme deseo de ser feliz. Al inicio buscará su felicidad, como el mismo dice, en sus caprichos que lo llevarán después a lamentarse por no haber aprovechado su formación desde los primeros días, aunque más tarde agradecerá a sus formadores por haberlo obligado a estudiar pues de lo contrario: «Estoy convencido de que si no me hubieran obligado, mi aprendizaje habría sido nulo, ya que nadie hace bien lo que hace a la fuerza, aunque sea bueno lo que hace»[12].
Esto lo llevará a despertar en sí poco a poco el amor por la sabiduría, que comenzará con el cariño por las letras latinas sobre todo las impartidas por los así llamados gramáticos y eso le será útil en su formación a lo largo de su vida: «con ellas adquirí algo que ahora conservo: leer cuantos escritos caen en mis manos y escribir lo que me viene en gana»[13].Más tarde continuará su búsqueda en la literatura griega, aunque obligado, que no le ayudará para su vida espiritual pues se sentía muy identificado con los personajes sobre todo del libro: la Eneida, con la muerte que Dido se da así misma por amor a Eneas, pero también descubre que Virgilio con su obra lo distraía de aquello que debía aprender primero que le ayudaría para toda la vida: las letras y la gramática.
Es obligado también a leer a Homero y su obra con el fin de ensañarle bien el griego al cual el santo le tenía manía por las razone ya antes mencionadas, pero se podría decir que su deseo de verdad se nubló un poco por el temor que le causaban las amenazas de sus educadores a favor de aprender el griego. Por eso, años más tarde viendo un poco hacia atrás, san Agustín escribe en su primer libro de las confesiones estas palabras: «Que todo cuanto útil aprendí en mi niñez redunde en servicio tuyo»[14].
Con Terencio, Agustín experimenta que se puede aprender mucho vocabulario pero que no tienen ningún fin bueno, al contario, alejan de Dios pues presentan a los dioses griegos con licencias que incitan al hombre a imitar sus malos ejemplos y por lo tanto a alejarse cada vez más de esa verdad que buscan con ansia, ya que susenseñanzas son como «el vino del error que nos propiciaban maestros borrachos»[15].
San Agustín, experimenta, como fruto de todo esto, un gran deseo por sobresalir y una vanidad que opacaba cada vez más la visión cada ves más lejana que tenía de Dios, y pone como ejemplo los juegos donde a base de trampas intentaba sobreponerse a los demás y que si las hacían a él le alteraban y lo hacían enojar. Pues seguía queriendo encontrar la felicidad, pero en cosas muy superficiales.
San Agustín termina su libro primero con este diálogo sincero con Dios:
Pero pecaba Señor en una cosa: En la búsqueda de placeres, honras y verdades no en Dios, sino en las criaturas: en mí y en las demás. Por eso incurría en dolores, confusiones y errores. Gracias, dulzura mía, por tus dones. Sigue conservándomelos. De este modo me guardarás a mí, y los dones que me hiciste se verán incrementados y perfeccionados. Y yo estaré contigo, porque mi misma existencia es un don tuyo[16].
3. La adolescencia un encaminarse a buscar su felicidad
San Agustín mismo en el libro segundo descubre más y más de que se trataba esa inquietud que tenía tan arraigada en su interior y el mismo la escribirá así:
¿Y qué era lo que me deleitaba, sino amar y ser amado? Pero me faltaba ese justo equilibrio en el amor que va de alma a alma, dado que las fronteras de la amistad son algo luminoso. Lo cierto es que, desde los apetitos cenagosos de mi carne desde la efervescencia de mi pubertad, surgían jirones de niebla que encapotaban y nublaban mi corazón, privándole de toda capacidad de análisis entre la serenidad del amor y la oscuridad de la pasión. Ambas cosas, apetitos y ardor de pubertad, en confusa mezcolanza, hervían e iban llevando a remolque mi edad aún sin consistencia por lo escabroso de las pasiones y sumiéndola en el remolino de la torpeza[17].
Este texto muestra con claridad el estado interior por el que pasaba, ya no era un niño que buscaba complacer sus caprichos, pues experimentaba un fuego interior que no la podía moderar, pero que le seguía alejando más de la verdad absoluta y del sumo bien, que él buscaba con tanta intensidad, pero no se aleja de la fe por desprecio sino más bien a causa de los criterios y la filosofía de su contemporaneidad que buscaba también una verdad absoluta pero muchas veces al margen de la fe y que él misma lo cuenta así:
Tu furor se había recrudecido contra mí, y yo seguía sin enterarme. Me había hecho duro de oído el tintineo de las cadenas de mi mortalidad, que eran el castigo de mi alma orgullosa. Iba alejándome cada vez más de ti y tú hacías la vista gorda. Me veía despeñado, derramado, diluido y en estado de ebullición a causa de mis fornicaciones y tú callabas. Oh alegría mía tardía, tú callabas entonces, y yo, mientras tanto, iba alejándome de ti en busca de semillas de dolores a cual más estériles, con una degradación llena de arrogancia y con un agotamiento lleno de inquietud[18].
San Agustín cegado por sus pasiones continúa buscando su felicidad, esa felicidad que se le presentaba como un bien, pero que no es otra cosa en realidad que el fruto que proporciona el encontrarse con la Verdad, pero ahora ya no desde un plano meramente carnal dejándose llevar poco a poco por la lujuria que lo llevó a pecar más tarde en otros sectores. Su felicidad la estaba poniendo en el amor, pero un amor no a la Verdad, sino a las criaturas que la Verdad misma había hecho y que son su reflejo.
Él mismo cuenta que al llegar a Cartago: «chirriaba por doquier aquella sartén de amores depravados»[19].Pero ya estaba buscando un objeto de amor que lo llenase, una verdad a la cual poder amar y entregarse: «Amar y ser amado era para mí una dulce ocupación»[20].
Se puede decir que su error estuvo en lanzarse a amar una “verdad” que aun no lo convencía, pues cada vez más su alma quedaba más vacía que antes. Pero aún así san Agustín continúa su camino pero ahora busca su objeto de amor, que no es otra cosa que la verdad, en el teatro y espectáculos junto con su propia vanidad que lo llevaron a ser el primero en su promoción de retórica.
CAPÍTULO II. La razón como camino para el conocimiento de la verdad
1. Transformación radical
Su camino hacia la verdad comenzará a iluminarse con la lectura del Hortensio de Cicerón[21] en el que exhorta a los jóvenes en la búsqueda de la sabiduría (sofia) ya que este amor por la Sofía desembocará en la verdad, y no ya una verdad superficial, sino una verdad más profunda y trascendental, que sin duda llegará a Dios esa VERDAD eterna, que puede entrar dentro de la existencia del hombre y transformarla.
« ¡Qué ardor tan sentía, Dios mío, que ganas tenía de retomar el vuelo hacía ti desde las realidades terrenas, sin darme cuenta de lo que estabas haciendo conmigo! Porque de hecho en ti tiene su morada la sabiduría, y este amor a la sabiduría recibe en griego el nombre de filosofía. Aquel tipo de literatura que me iba enardeciendo en ese amor»[22].
Para san Agustín, el amor es el peso del corazón «Amor meus pondus meus»[23] que lo hace inclinarse en su sentido o en otro. El objetivo tras el que corre el amor es siempre el bien, no en sentido moral, sino en sentido ontológico: El “bonum”.
Después de la lectura del Hortensio escrito por Cicerón, se acerca a las sagradas escrituras pero con una mentalidad racional y termina rechazándolas, por estar escritas en un tono sencillo que requiere la fe para acercarse ella.
Los maniqueos al ver a Agustín desconocedor de su doctrina, le hacían preguntas sobre el por qué del mal, si Dios que es amor es capaz de crear el mal, entre otras; que él no lograba responder y que lo confundían más, pero una razón lo motivaba a seguirlos: le prometían dejar toda autoridad y llegar a Dios librándose de todo error sólo con la razón.
2. Decepción de los maniqueos
En sus reflexiones descubrirá los errores, ya que no es posible que a la mente humana se le cierre el camino hacia la verdad y sino la encuentra es quizás porque ha negado el método para poder buscarla y todo esto lo llevará también a la conclusión de que el mal no es sustancia, porque es una privación del bien, pues Dios es el creador de todas las cosas y no existe ninguna sustancia que no sea creada por él. En sus propias palabras:
«No sabía que Dios es Espíritu y no un ser dotado de miembros a lo largo y a lo ancho, ni un ser con masa, ya que es más pequeña en sus partes que en el todo. Y aun admitiendo que la masa sea infinita, sigue siendo más pequeña en las partes concretas circunstanciales a un espacio que en su totalidad infinita. Además tampoco está presente en todas partes y en su totalidad como el espíritu, como Dios»[24].
Los engaños de los maniqueos, le habían hecho adoptar el lema: intellego ut credam, entendido en el sentido de racionalismo, rechazar la fe y abrirse sólo a la evidencia, y que lo dejaron al borde del escepticismo, pero tras la experiencia de su conversión, y ante la luz de la fe católica ha arrojado los mismos problemas que antes parecían insolubles, formula el nuevo método: Credo ut intellegam. El hombre no puede salvarse así mismo, tampoco a nivel intelectual: ha de comenzar por la fe en la autoridad de Dios para que, sanada su inteligencia de los errores y su corazón del orgullo, pueda luego ejercitar su razón en la búsqueda de la verdad con la guía constante de la verdad revelada, por aquel de quien participa de su ser.
Ante todos estos disparatas, como San Agustín los llama, de los maniqueos en los que al no utilizar la razón para reflexionar en sus argumentos caen en contradicciones; y ante las insistentes oraciones que su madre elevó a Dios por «hijo de las lágrima»[25]. Le hicieron reaccionar y emprender de nuevo su camino a la verdad.
CAPÍTULO III. La Fe y la Razón: Dos fuerzas para llegar a la verdad
La decepción que le causaron los Maniqueos a San Agustín lo invitaron a seguir buscando en otros medios como los platónicos que le ayudaron a liberarse de la concepción materialista y “racional” recibida de los maniqueos «advertido de aquellos escritos de regresar en mi mismo, entré y los esquivé con los ojos de mi alma (…) y se presentó ante mi inteligencia una luz inmutable»[26],y es esa luz inmutable lo elevará en la búsqueda de Dios, la eterna Verdad, primero se presentará como una idea y se le presentará el mundo como un orden establecido por el Demiurgo , pero que le presentan la posibilidad de pensar filosóficamente en el mundo espiritual, hasta que su viaje a Milán le descubre un maestro que le enseñará la Verdad.
San Ambrosio al que San Agustín acude por curiosidad y con el deseo de analizar su retórica, y lo impresiona precisamente su retórica, argumentos y bondad hacía él y se va convirtiendo en guía para su camino hacia la verdad en las escrituras y en los sacramentos. Lo aleja del maniqueísmo y le abre las puertas de la iglesia con el Bautismo, pero permaneciendo todavía entre la fe y el escepticismo hasta descubrir que la fe y la razón no pueden estar separadas en la búsqueda de la verdad, ya que así como el alma y el cuerpo son una unidad en el hombre y ambas se necesitan mutuamente para poder vivir en la tierra, así la fe y la razón constituyen elementos esenciales y principales y una es necesaria a la otra en referencia a la verdad.
Al encontrarse San Agustín con la fe, descubre que era lo que le faltaba para llegar a la verdad, la razón y la utilizaba pero le faltaba otro elemento esencial la fe, que no es un salto en el vacío, un comienzo totalmente irracional, sino que para ser digna del hombre he de ser razonable, es decir, ha de estar apoyada en motivos sólidos de credibilidad.
Conclusión
A San Agustín desde su infancia se le presenta la felicidad como un deseo ardiente que quiere alcanzar y se presenta también como fruto de la Verdad a la cual todo hombre quiere llegar y que alcanzará su plenitud en la eternidad. Su itinerario comenzará con la razón que apoyada por los maniqueos intentará llegar por si sólo al conocimiento de la verdad; continuará con un caminar por la fe hasta ver la armonía existente entre fe y razón con las encontrará esa Verdad tanto había buscado y que es la fuente de toda gracia y de la felicidad a la que todo hombre tiende.
El itinerario intelectual y espiritual recorrido por San Agustín hacia la verdad, constituye un modelo válido también para hoy en la relación entre fe y razón, tema no sólo para los hombres creyentes, sino también para todo hombre que busca la verdad, tema central para el equilibrio y el destino de todo ser humano[27] y que nace no de un deseo superficial de saber, sino de un amor a la sabiduría (Filosofa) que empuja al hombre a buscar el bonum, el vero, el pulchrum: Dios, y una vez encontrado lanzarse a conocerlo con profundidad y a confiar en él «Confía a la verdad cuanto de la verdad has recibido»[28] esa verdad de la cual el hombre ha salido y a la cual regresará: «quiafecistinosadteetinquietumestcor nostrum,donecrequiescatinTe»[29]
Bibliografía
SAN AGUSTÍN, las confesiones. Editorial Bac. 1988.
BENEDICTO XVI, audiencia general del 30 de enero de 2008.
JUAN PABLO II, lettera Apostolica Augustinus Hipponensem.
JUAN PABLO II, Fides et Ratio, carta encíclica.
SANT’AGUSTINO, le confessione. Rizzoli, Milano, 1989.
La verdad en San Agustín.
http://www.augustinus.it/italiano/ordine/index2.htm (26\V\12)
[1] Confesiones de San Agustín, I, 1, 1, Editorial Bac. 1988
[2] Cf. Audiencia de Benedicto XVI 30 de enero de 2008.
[3] Dios entendido como la Verdad misma, es la fuente pues el hombre recibe de él su ser de modo análogo.
[4] Mas tarde Juan Pablo II las llamará las dos alas que llevan a la contemplación de la verdad.
[5] Contra Académicos, III, 20, 43
[6] Epistola 118, 5, 30
[7] De Quantitate animae 7, 12
[8] De Vera Religione 24, 45
[9] De Praedestinationem sanctorum 2, 5
[10] De Ordine 2, 9, 26
[11] Confesiones X, 27, 38
[12] Confesiones I, 12, 19
[13] Confesiones I, 13, 20
[14] Confesiones I, 15, 24
[15] Confesiones I, 16, 26
[16] Confesiones I, 20, 31
[17] Confesiones II, 2, 2
[18] Ídem
[19] Confesiones III, 1, 1
[20] Confesiones, III, 1, 1
[21] Libro que actualmente perdido.
[22] Confesiones III, 4, 8
[23] Confesiones XIII, 9, 10
[24] Confesiones III, 7, 12
[25] Confesiones III, 12, 21
[26] Confesiones VII, 7, 11
[27] Audiencia general 30 de enero de 2008
[28] Confesiones IV, 11, 16
[29] Confesiones I, 1, 1.