Heráclito de Éfeso: La Filosofía del Cambio y el Lógos
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Heráclito de Éfeso
Se sabe muy poco de su vida. Pertenecía a una familia destacada de Éfeso (en la Jonia), lo cual explicaría quizá su desprecio por la sabiduría popular y las “opiniones” de los hombres. Tenía fama de misántropo (odio a los demás hombres). Los breves y enigmáticos fragmentos que se conservan -no en vano fue llamado “el Oscuro”- revelan que conocía el pensamiento de los filósofos de Mileto, así como el de Pitágoras. Es frecuente exponer su filosofía en contraposición con la de Parménides (quien probablemente conoció la obra de Heráclito, cuyo título nos es desconocido).
El Arché del Universo
Siguiendo la tradición de los demás filósofos jonios, Heráclito ve en un elemento determinado, el fuego, el arché del universo: “Este mundo, el mismo para todos los seres, no lo ha creado ninguno de los dioses o de los hombres, sino que siempre fue, es y será eternamente vivo, que se enciende con medida y se apaga con medida.”
La Doctrina del Cambio
Pero lo que ha conferido valor permanente a la filosofía de Heráclito no es esta doctrina del fuego, sino sus doctrinas acerca de la contradicción y el Lógos. El acontecer del mundo es un flujo permanente, todo está en movimiento: “No es posible descender dos veces al mismo río, tocar dos veces una substancia mortal en el mismo estado, sino que por el ímpetu y la velocidad de los cambios se dispersa y nuevamente se reúne, y viene y desaparece.” En realidad, Heráclito no hace aquí sino constatar -como punto de partida- un dato de experiencia. Pretender que para Heráclito no existe más que el “devenir” y no el “ser”, es algo que no se puede justificar por los textos.
La Contradicción y la Armonía
Esta permanente movilidad se fundamenta en la estructura contradictoria de toda realidad, con lo cual Heráclito no hace sino llevar al extremo la doctrina jónica de los opuestos: Dios es día/noche, invierno/verano, guerra/paz, hartura/hambre. Cambia como el fuego. La contradicción y la discordia están en el origen de todas las cosas: “La guerra es el padre y rey de todas las cosas”; “Conviene saber que la guerra es común a todas las cosas y que justicia es discordia, y que todas sobrevienen por la discordia y la necesidad.” Sin embargo, la contradicción engendra armonía: “Lo contrario llega a concordar, y de las discordias surge la más hermosa armonía.” Pero se trata de una armonía oculta, y por ello los hombres “no entienden cómo lo que difiere está de acuerdo consigo mismo: la armonía consiste en tensiones opuestas, similares a las del arco y la lira.”
El Lógos Universal
Si esto es así, es porque una ley única rige el universo: hay una razón oculta, un Lógos, que todo lo unifica y orienta. Al hablar sobre el Lógos, Heráclito muestra una gran audacia de pensamiento, puesto que afirma que el Lógos o razón universal está también en el hombre, constituyendo su propia razón. Ésta es una afirmación que resurgirá con frecuencia en la historia de la filosofía: el orden real coincide con el orden de la razón, una misma ley (o razón) rige el mundo y la mente humana.
La Ignorancia Humana
No obstante, Heráclito se lamenta de que los hombres, más que atender a la razón que se encuentra en ellos, viven como en sueños y distraídos: “Aunque el es común, la mayoría vive como si poseyese su propia inteligencia. Aunque escuchan, no entienden. A ellos se les aplica el proverbio: ‘Presentes, pero ausentes.’” El Lógos, que es eterno, no lo entienden los hombres al escucharlo por primera vez ni después de lo que han oído. Los que velan tienen un cosmos único y común; los que duermen retornan al suyo propio y particular.
El Alma y su Misión
El alma es una parte del cosmos, y por ello es de naturaleza ígnea y permanece modificándose, experimentando en sí misma la tragedia del devenir y la contradicción. La misión del alma es conocer el Lógos universal, pero también penetrar en sí misma (lo cual es, en el fondo, la misma cosa): “Los límites del alma no podrás hallarlos aunque transites todos los caminos: tan profundo es su .” El alma, que se mantiene activa por el conocimiento y, por tanto, conserva su máximo carácter ígneo, sobrevive a la muerte y se une definitivamente al fuego cósmico.