El Imperio Romano: Gobierno, Expansión, Romanización y Crisis
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El Gobierno Imperial
Desde Octavio Augusto, los emperadores romanos concentraron todos los poderes: político, militar, legislativo y religioso. El Senado y la mayoría de las instituciones republicanas se mantuvieron, pero el emperador ocupaba el cargo de por vida y nombraba a su sucesor.
Expansión Territorial
Las conquistas prosiguieron en tiempos de Trajano, y el territorio dominado por Roma alcanzó su máxima extensión. Para su mejor administración, el imperio se dividió en provincias, que pagaban impuestos a Roma.
La Pax Romana y la Romanización
Durante los siglos I y II d.C., el imperio gozó de un largo periodo de tranquilidad conocido como Pax Romana. Esta paz impulsó el desarrollo de la economía, la cultura y las ciudades.
También favoreció la extensión de la romanización, proceso por el cual los pueblos conquistados fueron adoptando las organizaciones política, económica, social y cultural de Roma.
Agentes de la Romanización
- Las ciudades, desde las que se propagó la forma de vida romana.
- El latín, utilizado como lengua común.
- Los gobernantes, que impusieron la autoridad de Roma.
- La red de calzadas, que favoreció el comercio y el control militar.
La Crisis del Siglo III y el Final del Imperio
El Imperio Romano entró en una profunda crisis. Sus características fueron:
- El aumento de las guerras civiles y la inseguridad, ya que muchos jefes militares utilizaron sus tropas para conseguir el poder.
- El ataque de los pueblos germánicos a las fronteras del imperio, haciendo que estas fueran inseguras.
- La extensión de la indisciplina entre los soldados.
- La reducción de la llegada de esclavos, que reaccionó aumentando impuestos.
- La generalización del abandono de las ciudades en favor del campo, pues aquí la comida era más abundante.
División del Imperio
Para mejorar el gobierno y facilitar las defensas, en el año 395 d.C., el emperador Teodosio I dividió el imperio en dos: el de Occidente, con capital en Roma, y el de Oriente, con capital en Constantinopla. Esta medida no evitó la entrada de los germanos en suelo romano ni el posterior destronamiento del último emperador romano de Occidente, Rómulo Augústulo.