La filosofía de la ciencia. Teoría de la verdad como correspondencia

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EL PROBLEMA DE LA INDUCCIÓN 

Los resultados de la observación  y experimentación suministran la evidencia para una teoría científica, pero no pueden demostrar que la teoría es correcta. Hasta la generalización empírica más modesta, por ejemplo que toda agua  hierve a la misma temperatura, va más allá de lo que puede ser deducido de la evidencia en sentido estricto. Si las teorías científicas no expresaran más que la evidencia que suele sustentarlas, tendrían poca utilidad .No podrían ser utilizadas para predecir el curso de la naturaleza, y carecerían de poder explicativo.
El vínculo no demostrativo o inductivo entre la evidencia y la teoría plantea uno de los problemas fundamentales de la teoría del conocimiento, el problema de la inducción, dada su formulación clásica por David Hume, el filósofo escocés del siglo XVIII. Hume consideró simples predicciones basadas en observaciones pasadas, por ejemplo, un vaticinio como: el sol  saldrá mañana, teniendo en cuenta que se ha observado que siempre salía en el pasado. La vida sería imposible sin anticipar el futuro, pero Hume construyó una argumentación excelente para mostrar que estas inferencias son indefendibles desde presupuestos  racionales. Esta conclusión puede parecer increíble, pero la argumentación de Hume tiene todavía que ser contestada de un modo concluyente. Admitía que las deducciones inductivas han sido por lo menos razonablemente fiables hasta ahora, o no estaríamos vivos para considerar el problema, pero afirmaba que sólo podemos tener una razón para continuar confiando en la inducción si tenemos algún motivo para creer que la inducción seguirá siendo fiable en el futuro. Hume demostró entonces que tal razón no es posible. El nudo del problema es que pretender que la inducción será una garantía en el futuro es, en sí misma, una predicción y sólo podría ser justificada de manera inductiva, lo que llevaría a una cuestión de principio. En concreto , mantener que la inducción quizá funcionará en el futuro porque ha resultado útil en el pasado es razonar en círculo, asumiendo la inducción para justificarla. Si esta argumentación escéptica es válida, el conocimiento inductivo parece imposible, y no hay un argumento racional que se pueda plantear para disuadir a alguien que opina, por ejemplo, que es más seguro  salir de la habitación por las ventanas que por la puerta.
El problema de la inducción se relaciona de forma directa con la ciencia. Sin una respuesta a la argumentación de Hume, no hay razón para creer en ninguno de los aspectos de una teoría científica que vaya más allá de lo que, en realidad, se ha observado. El asunto no es que las teorías científicas no resulten nunca ciertas por completo: esto es o debería ser una verdad obvia. El tema es más bien que no tenemos ninguna razón para suponer, por ejemplo, que el agua que no hemos sometido a prueba hervirá a la misma temperatura que el agua que hemos probado. Los filósofos han realizado un continuo esfuerzo para resistir a esta conclusión escéptica. Algunos han tratado de demostrar que los modelos científicos para sopesar evidencias  y formular inferencias son, de algún modo, racionales por definición; otros, que los éxitos pasados de nuestros sistemas  inductivos son susceptibles de emplearse para justificar su uso futuro sin caer en círculos viciosos. Un tercer enfoque sostiene que, aunque no podamos demostrar que la inducción funcionará en el futuro, sí podemos demostrar que lo hará si algún método de predicción lo hace, por lo que es razonable utilizarlo. Mediante teorías más recientes, algunos filósofos han sostenido que la actual fiabilidad de las prácticas inductivas, algo que Hume no niega, basta para proporcionar conocimiento inductivo sin otro requerimiento que el que la fiabilidad esté justificada.
Karl Popper ha aportado una respuesta más radical al problema de la inducción, una solución que constituye la base de su influyente filosofía de la ciencia. De acuerdo con Popper, el razonamiento de Hume de que las inferencias son injustificables desde una perspectiva racional es correcto. Sin embargo, esto no amenaza la racionalidad de la ciencia, cuyas inferencias son, aunque parezca lo contrario, deductivas en exclusiva. La idea central de Popper es que mientras la evidencia nunca implicará que una teoría sea verdadera, puede rebatir la teoría suponiendo que sea falsa. Así, un número de cuervos negros no implica que todos lo cuervos sean negros, pero la presencia de un único cuervo blanco supone que la generalización es falsa. Los científicos pueden, de esta forma, saber que una teoría es falsa, sin recurrir a la inducción. Además, enfrentados a una elección entre dos teorías opuestas, pueden ejercer una preferencia racional si una de las teorías ha sido refutada pero la otra no; entonces es racional preferir una teoría que podría ser verdad respecto a una que se sabe es falsa. La inducción nunca entra en escena, de modo que el argumento de Hume pierde fuerza .
Esta ingeniosa solución al problema de la inducción se enfrenta con numerosas objeciones. Si fuera cierta, los científicos nunca tendrían ningún motivo para creer que alguna de sus teorías o hipótesis  son siquiera correctas por aproximación o que alguna de las predicciones extraídas de ellas es verdad, ya que estas apreciaciones sólo podrían ser justificadas por vía inductiva. Además, parece que la posición de Popper ni siquiera permite a los científicos saber que una teoría es falsa, puesto que, según él, la evidencia que podría contradecir una teoría, puede no ser nunca reconocida como correcta. Por desgracia, las inferencias inductivas que los científicos plantean no parecen ni evitables ni justificables

Teoría de la verdad como correspondencia

A todos nos interesa la verdad, por muchos motivos. Llegar a ella, lograrla, alcanzarla, es fruto sabroso. Nos hace sentir bien saber que estamos en lo cierto, que hemos dicho la verdad conectada a la realidad, etc. Tener creencias verdaderas, sin embargo, no nos ayuda a la hora de saber qué es la verdad.

Podemos pensar que la verdad es una especie de propiedad que caracteriza a ciertos pensamientos, enunciados o aseveraciones. En este contexto, una de las teorías para explicar en qué consiste la verdad es la de la correspondencia, que afirma la existencia de una relación de coincidencia entre un enunciado y el hecho. O, en otras palabras, entre lo que pensamos y la realidad. Así, si yo pienso “Veo un gato” cuando efectivamente observo a dicho felino junto a mis pies, entonces mi pensamiento es verdadero porque corresponde con el hecho que describe. Hay, por una parte, un pensamiento, que posee un contenido; y, por otra, un hecho (una realidad) que tiene la virtud de convertir aquel en realidad.

Conviene aclarar la diferencia entre verdad y hecho. Una verdad es un pensamiento, una representación (mental, se entiende) o una descripción acertada del mundo, mientras que un hecho es todo aquello que puede ser descrito o representado por las mismas verdades. Por tanto, una verdad es una opinión verdadera, porque se basa en un hecho del mundo que la corrobora; esto supone que sin hechos no hay, en principio, verdades (pero posiblemente sí haya hechos sin verdades; porque, quizá, haya ciertos hechos de los que no tenemos constancia, y que por ello no constituyen para nosotros verdad alguna hasta que nos percatamos de ellos o los describimos).

Una de las primeras formulaciones de esta teoría corrió a cargo de Aristóteles, en su Metafísica:

Decir de lo que no es que es, o de lo que es que no es, es falso; y decir de
lo que es que es, y de lo que no es que no es, es verdadero; de suerte que
el que dice que algo es o que no es, dirá verdad o mentira
” (Mtf., IV, 7)

Por lo tanto, si el significado de un enunciado, o un pensamiento, describe los hechos según la manera en que interpretamos el mundo, entonces dicho enunciado corresponde a los hechos, y en consecuencia, es un enunciado verdadero.

Hay dos formas fundamentales de concebir la teoría de la correspondencia. Por una parte, podemos entenderla como una coincidencia rigurosa entre enunciado y realidad, si afirmamos que aquel es una copia absoluta de ésta, ya que la refleja perfectamente, a la manera de un espejo. Así, en función de la estructura o adecuación de un enunciado podemos saber si corresponde o no a la realidad. Bertrand Russell es uno de los máximos exponentes de este tipo de correspondencia epistemológica. Por otra parte, también puede pensarse esta teoría como una sencilla relación de reciprocidad; un pensamiento cuyo significado coincide o se ajusta a la realidad, pero en un sentido más amplio. El mismo Aristóteles pensaba de esta manera.

No obstante, ¿podría haber estrictamente verdades que no corresponden a hechos? Si alguien afirma que yo no soy un gato, entonces está plenamente en lo cierto (su pensamiento, el enunciado que ha pronunciado, corresponde plenamente a la realidad, al hecho de que yo no sea un gato). Pero, ¿puede haber un hecho referido a la no-realidad, a la evidencia de que yo no soy un gato? Es verdad que yo no soy un gato; ¿dónde se “halla” el hecho de ello?; aunque ese enunciado sea cierto, ¿cómo podríamos entender un hecho negativo?

Además de éste la teoría de la correspondencia crea muchos otros problemas; ¿representa dicha teoría una noción primigenia de la verdad, o parte de alguna otra que lo es más aún? Según Martín Heidegger sí deriva de otra noción más primitiva, porque la verdad auténtica está conectada al ser de las cosas, mucho más originaria, y ésta es previa a todo juicio, y por tanto, a la idea de correspondencia. La verdad radica en el ser, antes de en cualquier otra relación.

Otra dificultad es el concepto mismo de la correspondencia. Por convención nuestra cultura ha ido asociando ciertos signos lingüísticos a objetos concretos, y en consecuencia al aparecer dichos signos la mente humana representa o se figura este objeto; mas ¿cómo se realiza y en qué consiste tal representación mental del objeto?

Por todo ello la teoría de la correspondencia como aproximación descriptiva a la verdad ha sido frecuentemente opuesta a otras muchas, entre las cuales cabe citar la teoría pragmática de la verdad, teoría de la coherencia, teoría semántica de la verdad y teoría de la verdad como redundancia. Puede que veamos algunas de ellas en futuros apuntes.

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