Mitos Griegos: Faetón, Dédalo e Ícaro, y Orfeo
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Helios y Faetón
Faetón, uno de los hijos de Helios, había llegado a la adolescencia sin que se le hubiera revelado la identidad de su padre. Cuando finalmente lo descubrió, el dios, sintiéndose culpable por haberlo tenido apartado de él tanto tiempo, le prometió imprudentemente que le concedería lo que pidiera. Inesperadamente, Faetón le pidió que le dejara conducir el carro que llevaba la luz solar cada día sobre la tierra. Los intentos de Helios para que su hijo renunciara a su petición fueron inútiles y, al final, tuvo que cumplir su palabra.
Al principio todo parecía ir bien, pero los caballos, al darse cuenta del cambio, se desbocaron y abandonaron la ruta que recorrían desde hace mucho tiempo. Tan pronto ascendían a enormes alturas como se acercaban peligrosamente a la superficie de la tierra, mientras el aterrorizado Faetón asistía, impotente, a esa terrible carrera. Según la leyenda, grandes áreas fueron arrasadas por esa catástrofe de fuego y destrucción. Así explicaban los antiguos la formación del gran desierto del norte de África.
Pero antes de que toda la vida sobre la tierra fuera destruida, Zeus, con su rayo, derribó al carro y al tripulante, apartando los alados caballos y la esfera de fuego de la superficie terrestre. De acuerdo con la leyenda, hubo un día sin sol hasta que la situación se normalizó, mientras Faetón, fulminado por el rayo de Zeus, recibió honras fúnebres por parte de las ninfas del río Eridano y por parte de sus hermanas, las Helíades.
Dédalo e Ícaro: El Ingenioso Inventor
Gracias a las narraciones de Ovidio y Apolodoro conocemos la existencia de Dédalo, un prestigioso arquitecto ateniense que era a la vez inventor, escultor y constructor. En la isla de Creta sirvió a las órdenes del rey Minos y tuvo el hijo que ha pasado a la historia junto a él, Ícaro. En Creta, Dédalo construyó un artefacto a instancias de Pasífae, esposa del rey, que le permitió tener relaciones con un bello toro, de cuya unión nació el Minotauro. Posteriormente, el inventor tuvo que diseñar el laberinto para recluir al monstruo antropófago, mitad hombre, mitad toro.
El rey Minos, esposo de Pasífae, decidió castigar a Dédalo, y lo encerró con su hijo Ícaro en el laberinto. Pero el inventor ideó la manera de escapar volando: construyó unas alas con plumas de ave unidas con cera. Antes de emprender el vuelo, Dédalo advirtió a Ícaro que no debía volar ni demasiado bajo, pues la humedad del mar impediría el vuelo, ni demasiado alto, pues el calor del Sol derretiría la cera. Pero Ícaro, embriagado por la libertad que le permitía el volar, se acercó demasiado al Sol, la cera se derritió, las alas se deshicieron y se precipitó al mar.
Dédalo consiguió salvarse y, tras enterrar a su hijo en una isla que recibió el nombre de Icaria, vivió en Sicilia hasta su muerte.
Orfeo: Descenso al Inframundo
Gracias a las obras de Virgilio y de Ovidio, sabemos que Orfeo era hijo de Eagro y de la musa Calíope. La tradición lo presenta dotado del don de la música, hasta el punto que muchos le consideraban el inventor de la cítara. Acompañaba la música con el canto, y la combinación de ambas cosas provocaba el amansamiento de las fieras del bosque. No obstante, se hizo célebre al descender a los Infiernos en busca de Eurídice...