Odas de Horacio: Traducciones y Reflexiones sobre la Vida, la Amistad y la Muerte

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Oda a la Fuente Bandusia

¡Oh fuente Bandusia!, de mayor transparencia que el cristal y digna de las ofrendas de dulce vino y pintadas flores, mañana te sacrificaré un cabrito, a quien apuntan los cuernos en la túrgida frente, destinándolo a las luchas y al amor; pero en vano, que este vástago de padres lascivos ha de teñir pronto con su sangre tus heladas márgenes. Los rayos insufribles de la ardiente Canícula no se atreven a tocarte, y ofreces tus cristalinos raudales a los bueyes fatigados de labrar y a las tímidas ovejas. Tú serás la más noble de las fuentes cuando celebre la encina que arraiga entre las peñas de donde manan y corren tus linfas murmuradoras.

Oda a Pompeyo

Pompeyo, el mejor de mis amigos, a cuyo lado tantas veces abrevié la lentitud del día con la copa en la mano, y ungidos mis cabellos relucientes con los perfumes de Siria, ¿quién te ha devuelto como ciudadano a los dioses patrios, al cielo de Italia, después de militar en el ejército de Bruto y haber temido como yo en mil ocasiones que llegaba tu última hora? Contigo padecí la derrota de Filipos, y en la fuga acelerada abandoné cobardemente el escudo, viendo que se estrellaba nuestro arrojo y que los más valientes mordían el polvo ensangrentado. El ligero Mercurio me arrebató del pavoroso campo de batalla <me sustrajo a mí, aterrado> en espesa nube, mientras las olas en su hirviente remolino te arrastraban de nuevo a los combates.

Oda a Mecenas (3:29)

Mecenas, descendiente de los reyes de Etruria, guardo para ti un vino delicioso en el ánfora no empezada, rosas bien olientes y esencias ricas <mirobálano> que perfumen tus cabellos. No retrases tu venida ni estés contemplando siempre el húmedo Tíbur, los pendientes campos de Éfula y los montes del parricida Telégono. Huye del hastío de la opulencia, las torres de los alcázares vecinas a las nubes, y <deja de admirar> el humo, el estrépito y el fausto de la venturosa Roma. La variedad seduce mucho a los ricos; a veces una cena limpia y frugal, bajo el techo del pobre que no adornan la púrpura ni los tapices, consigue desarrugar el ceño de sus frentes.

Reflexión sobre su Obra (3:30)

He acabado un monumento más duradero que el bronce y más alto que las regias tumbas de las pirámides, que no podrán destruir las lluvias persistentes, el frío Aquilón ni la marcha de los tiempos con la serie innumerable de los años. No moriré del todo. La mejor parte de mi ser se librará de Libitina, y mi gloria crecerá de día en día con las alabanzas de la posteridad, mientras el pontífice suba al Capitolio acompañado de la vestal silenciosa. Desde las márgenes que bate con estruendo el Áufido a los sedientos campos, donde Danao, venciendo su humilde fortuna, reinó sobre pueblos agrestes, se dirá que yo <siendo humilde> fui el primero que ajustó a la lira latina los cantos eolios. ¡Oh Melpómene!, llénate del orgullo que infunden tus méritos y ven a ceñir mi frente con el laurel de Apolo.

Oda a Póstumo (2:14)

¡Cuán fugaces, ay, Póstumo, Póstumo, resbalan los años, sin que nuestra piedad alcance a detener las arrugas de la presurosa vejez ni el rigor implacable de la muerte! Amigo, será inútil que intentes aplacar con tres hecatombes <trescientos toros> cada día al inexorable Plutón, que rodea a Titio y al triforme Gerión <Geriones> con las tristes ondas [de la Estigia], que hemos de atravesar cuantos nos alimentamos de los frutos de la tierra, ora seamos reyes, ora pobres colonos. En vano evitaremos los cruentos choques de Marte, en vano venceremos el ronco oleaje del Adriático furioso, en vano a la llegada del otoño nos defenderemos del Austro, tan nocivo a la salud.

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