La Romanización de Hispania

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La Romanización

Se denomina romanización al proceso por el cual los distintos pueblos que habitaban la Península Ibérica, de manera pacífica o bien por la fuerza, aceptaron las estructuras políticas, sociales, económicas y culturales romanas, con lo que fueron asimilando su cultura, lengua, religión, derecho, arte, economía, aparato administrativo, urbanismo y formas de vida. Se trata, por tanto, de un proceso de asimilación cultural o aculturación que se desarrolló entre el final del siglo III a. C. y el siglo I d. C.

Factores que impulsaron el proceso de romanización:

  • La presencia del ejército romano en la Península, que facilitó la expansión de las formas de vida romanas. Por otra parte, los romanos reclutaban tropas auxiliares entre los indígenas, lo que contribuía a romanizarlos y posibilitaba su conversión en ciudadanos. Los soldados recibían tierras al acabar su servicio militar.
  • La fundación de ciudades, que actuaron como focos de irradiación de romanidad.
  • La progresiva concesión del derecho de ciudadanía a los indígenas hasta que Caracalla terminó concediéndola a todos los habitantes del Imperio (212 d.C.).
  • El sistema administrativo implantado por Roma y el uso del Derecho Romano.
  • El uso del latín como lengua oficial.
  • La integración de Hispania en el sistema económico del imperio. Las relaciones comerciales favorecen también la asimilación cultural.
  • La religión con la extensión de la religión romana primero y el cristianismo posteriormente.

Algunos de los factores y medios más destacados en el proceso de romanización fueron:

A) La Organización Administrativa

Hispania en un primer momento fue dividida en dos provincias: la Citerior (valle del Ebro y franja mediterránea hasta Cartago Nova) y la Ulterior (el sur y valle del Guadalquivir) con capitales respectivamente en Tarraco y Cartago Nova (después Corduba).

En tiempos de Augusto, queda dividida en tres provincias: Tarraconense, Bética y Lusitania con capitales en Tarraco, Corduba y Emérita Augusta.

En tiempos de Diocleciano se dividió en seis provincias: Gallaecia, Tarraconense, Bética, Lusitania, Cartaginense y Mauritania Tingitana (norte de África). Por último en el siglo IV se añadió una nueva provincia, la Baleárica.

Al frente de las provincias se encuentra un pretor, designado por el Senado, que tiene las máximas competencias financieras, militares, jurisdiccionales y religiosas. El pretor es auxiliado en las tareas fiscales por un questor.

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